Nacido en 1545 del primer matrimonio de Felipe II con su prima María de Portugal, que murió tras el parto, desde muy pequeño manifestó una salud quebradiza que se iría agravando con el tiempo, haciéndose cada vez más evidente para el monarca que el Imperio Español no podía quedar a su muerte en manos de semejante criatura, preocupación compartida por el Emperador, a quién la visita de su joven nieto en Yuste había decepcionado profundamente.
Era Don Carlos además de giboso y cojo, lo que no hubiera sido determinante, un sicópata peligroso, que paso de torturar pájaros en su niñez a seres humanos a penas entro en la adolescencia.
En un intento de enderezas la conducta del heredero, el rey decidió enviarle a la por entonces recién creada Universidad de Alcalá de Henares, asignándole como compañeros a Alejandro Farnesio y a Don Juan de Austria, a la sazón dos años menor que su sobrino y único que tiene cierta ascendencia sobre el desquiciado muchacho. Pero un desgraciado accidente ocurrido cuando cortejaba a una sirvienta del Palacio Episcopal donde se hospedaba, provoco su caída por unas escaleras, produciéndose un fuerte golpe en la cabeza que además de tenerle a las puertas de la muerte durante varios días, terminó con el poco seso que aún le quedaba.
De vuelta a la corte, ante los descabellados planes del heredero urdidos contra su padre, el rey es enterado por su hermanastro, y esa misma noche, tras informar a su consejo, Felipe II en persona procede a la detención del desquiciado príncipe, a quien asigna como prisión varias habitaciones de palacio. Allí, alternando huelgas de hambre con pantagruélicas comilonas, o la ingestión de grandes cantidades de agua helada con la que también rocía su cama, moría el desdichado heredero el 24 de julio de 1568, sin que el rey, su padre, acudiera a darle su bendición y otorgarle el perdón, pese a ser requerido por el moribundo en sus últimos momentos de lucidez.
Si significó mucho o poco para el monarca la desaparición de Don Carlos, y si existió o no el “impulso real” o cuanto menos su absentismo en el luctuoso suceso, serian cuestiones sujetas a encendidas controversias, pero lo que sí es cierto, es que fueron hábilmente aprovechadas por los enemigos del Imperio en la famosa “Leyenda Negra”, sirva como ejemplo la divulgada opera “Don Carlo”.