Harto ya del apoyo inglés que los rebeldes flamencos reciben tras la muerte de su esposa María Tudor, Felipe II decide llevar a cabo una invasión de las Islas Británicas para posteriormente aplastar sin interferencias a sus vasallos rebeldes, disponiendo para tal fin una poderosa armada de 131 navíos con 11.000 tripulantes y más de 17.000 soldados, puesta al mando del inepto Duque de Medina Sidonia.

La operación tenía que desarrollarse en dos tiempos: primero había que embarcar las tropas de Alejandro Farnesio que ya esperaban a la armada en los Países Bajos, para luego desembarcarlas en Inglaterra, pero entre Lisboa, de donde partió y la Coruña, fue totalmente desorganizada por los temporales, y tras el fracaso de la primera parte de la ofensiva y nuevamente a merced de una naturaleza adversa, los barcos españoles buscaron refugio en Calais, sucediendo que a la salida del puerto, atacados por Drake, se vieron forzados a emprender la retirada, cifrándose las pérdidas totales de la aventura en 8.000 muertos, 2 naves hundidas en combate, 2 abandonadas al enemigo, 3 perdidas en aguas francesas, 2 en aguas de Holanda, 19 encalladas en Irlanda y Escocia y 35 cuya suerte se ignora.

Parece ser que la reflexión final del monarca ante tan sonado desastre fue “yo he enviado mis naves a luchar contra los hombres no contra las tempestades”