En el año 376 dos caudillos visigodos Fritigenio y Alavivo, huyendo de los unos que habían cruzado el Dniester, presentaron al emperador Valente (Oriente) una petición para cruzar el Danubio y establecerse en el lado romano del rio.
Aceptadas las condiciones impuestas por Valente, entre las que se encontraban la conversión al catolicismo, a finales de año, los godos, unos 75.000 hombres, mujeres y niños capitaneados por Fritigenio, habían cruzado el Danubio y penetrado en territorio romano, siendo asentados en Mesia, donde serían explotados por la codicia de los sucesivos gobernadores romanos.
Con la excusa de limar las asperezas existentes, Lucipino, a la sazón gobernador de la provincia, invitó a la celebración de un banquete a sus “aliados” godos con la sana intención de asesinarlos, pero sospechando de sus buenos deseos, Fritigenio se presentó armado y acompañado de su gente, y fue el quien acabo con los que iban a asesinarlos.
Considerándose entonces libres de su acuerdo con los romanos, los visigodos decidieron recuperar sus bienes, saqueando Mesia e internándose en la más rica provincia de Tracia.
Ante la gravedad de los hechos ocurridos en Mesia, el 9 de agosto el ejército de Valente, dejó la impedimenta, pertrechos e insignias imperiales en Edimo y se movilizo hacia el noroeste hasta avistar al ejército godo establecido en una llanura.
Tras un breve intento de negociación y en vista de la actitud del ejército romano, Fritigenio dio por terminadas las negociaciones y ordenó el ataque inmediato, encontrándose en un golpe de fortuna con el enorme ejército de jinetes al mando de Alateo, comenzando en ese momento lo que se considera el punto de inflexión de la batalla.
La caballería romana comenzó a ser ampliamente superada, mientras a la visigoda se sumaban hombres a pie procedentes de las tropas que habían quedado en el campamento. La desproporción de fuerza se hizo pronto patente, y lo que quedaba de la caballería romana fue totalmente destrozada, huyendo los pocos que quedaban de un campo de batalla cubierto de cadáveres y charcos de sangre hasta el punto de dificultar el movimiento. Comenzó entonces una huida general de las tropas romanas que podían, abandonando al resto a su suerte.
Respecto al emperador nadie pudo identificar después el cuerpo de Valente entre todos los caídos en la batalla, por lo que tuvo que ser sepultado como un soldado más.
Tras el vacío de poder generado por la muerte de Valente, Graciano, emperador de Occidente y primo del desaparecido designó a Flavio Teodosio (Teodosio El Grande) como emperador de Oriente en el año 379.
Existe una amplia bibliología sobre este hecho en cuestión, proponiendo a Paulo Osorio (2010), L. Esteven Daver (2010), Friedrich Engels (2012), Simón McDowell (2011) o Peter Heather (2012) como los más cercanos a nuestros días.