En el año 350 el Imperio Romano está gobernada por dos hombres: Constancio II que rige el Imperio de Oriente y Constante que lo hace en Occidente, ambos hijos del emperador Constantino I, que había impuesto durante su mandato una paz duradera y oficializado la religión cristiana en todo el Imperio Romano.
Respondiendo al nuevo levantamiento de Magencio, que ya en el 306 se había sublevado en Roma siendo reconocido por el pueblo y el ejército, y que terminó con el asesinato de Constante, Constancio II decidió poner fin a la situación y poniéndose al frente de un poderoso ejército, marchó definitivamente, contra el sedicioso.
La batalla de Mursa fue considerada como una de las más sangrientas de la historia de Roma, siendo la primera vez, que las legiones Romanas fueron derrotadas por la caballería pesada.
La derrota de Majencio, que acabó con su vida arrojándose sobre su espada, supuso para Constancio II el control de toda la parte occidental del Imperio.
La batalla de Mursa fue de unas proporciones tan extraordinarias que extendió entre sus contemporáneos el convencimiento de que no se había conocido otra igual; fuera esto cierto o no, Miguel P. Sancho Gómez mantiene que 200 años después todavía se recordaban la magnitud y consecuencias de este enfrentamiento.