Como parte de la operación de la toma de Madrid, en febrero de 1937 se libraría la más cruel de las batallas que hasta la fecha había tenido lugar en la contienda civil, debida tanto a la inusitada violencia de sus combates como a la gran cantidad de efectivos puestos en liza por los contendientes de ambos bandos.
En los primeros compases del enfrentamiento, unos 20000 efectivos integrados por moros, legionarios, falangistas y requetés, agrupados en cinco brigadas, se concentraron en Pinto y Valdemoro al mando del general Varela bajo la supervisión del general Orgaz, con el objetivo de cortar la carretera de Valencia y aislar a la capital, pero tras varias demoras debidas al temporal de lluvias desatado, el 6 de febrero de 1937 dio comienzo a la batalla con un primer revés para las tropas republicanas, que desplegadas entre La Marañosa y Ciempozuelos, sucumbieron desbordadas por un incesante diluvio de fuego, que continuo durante las noches del 11 y 12 cuando las tropas indígenas africanas rompen los cerrojos del Jarama, dejando a las claras que el esfuerzo principal de los rebeldes se centraba mucho más al sur del Puente de Arganda y con la toma de los puentes del Pindoque y de San Martin sobre el rio Jarama la batalla va a adquirir la plenitud de su nombre.
Una vez atravesado el cauce del rio, las tropas de Regulares y La Legión se esfuerzan por ascender a la planicie entre Arganda y Morata, dando lugar a épicos y luctuosos episodios como el protagonizado por el Batallón British en La Colina del Suicidio, por lo que tras celebrar un consejo militar en La Casa de Gozquez, donde Orgaz tiene instalado su cuartel general, el 14 de febrero “dia triste del Jarama”, se decide poner fin a la ofensiva y pasar a fortificar la defensa de las posiciones alcanzadas.
Si bien el ataque había supuesto un importante fracaso en orden a los fines perseguidos, además del tremendo desgaste de recursos humanos y materiales, los republicanos persisten al menos en su intención de arrebatar al enemigo las posiciones más estratégicas, marcándose como objetivo los cerros de La Marañosa y El Espolón de Vaciamadrid, a fin de cortar el avituallamiento a las vanguardias enemigas de Valparaiso, Casa de La Radio y El Pingarrón, donde en ningún otro lugar como en este se derramaría tanta sangre, cubriendo el valle del Manzanares de metralla y muerte durante los días 16 y 17, donde las mejores unidades de ambos ejércitos lo asaltaron, lo defendieron, lo ganaron y lo perdieron repetidas veces sin el menor gesto de piedad, mientras una y otra vez, asalto tras asalto, centenares de atacantes y defensores caían destrozados por el efectos de los morteros o trizados por las balas en este insignificante lugar que la historia sitúa en el corazón de la batalla, para finalmente, tras el espléndido amanecer del 27 de febrero el gobierno, vistos los pobres resultados alcanzados a lo largo de los diez días de ofensiva, decide lanzar un golpe final, que supondría una nueva sangría y cerraría formalmente los enfrentamientos, si bien nunca cesaron los ataques y escaramuzas esporádicos en la zona.
A partir de La Batalla del Jarama, nadie duda ya que la Guerra Civil Española no será ni corta ni fácil para ninguno de los dos bandos.