Aún no se habían enfriado las cenizas de Pavía, cuando en junio de 1526 se reanudaron las hostilidades, provocadas esta vez por la decisión del Papa Clemente VII de prestar su apoyo al rey de Francia en un intento de liberar al papado de la dominación del Sacro Imperio Romano Germánico. Iniciada la contienda, con la consiguiente derrota del ejército francés en Italia, como siempre la falta de fondos para pagar las soldadas, motivó que los imperiales se amotinasen, forzando a su comandante Carlos III, duque de Borbón a dirigirse hacia Roma.
El 6 de mayo, el ejército imperial atacó las murallas de la ciudad en cuya acción resultaría muerto el de Borbón, con lo que desaparecida la moderación en los soldados, que ese mismo día se lanzaron a la conquista de las defensas donde fue masacrada casi toda la guardia, y tras la ejecución del resto de los defensores comenzar el pillaje, destruyendo y despojando de todo objeto de valor iglesias y monasterios, además de los palacios de prelados y cardenales, dándose incluso el caso de que los proimperiales, que también los había, tuvieran que pagar para que fueran respetadas sus posesiones.
Después de tres días de estragos, el príncipe de Orange, como sustituto del fallecido Borbón, ordeno el cese del saqueo si bien pocos soldados obedecieron su orden.
Finalmente, el 6 de junio, Clemente VII que continuaba prisionero, decidió rendirse acordando pagar un rescate de 400.000 ducados a cambio de su vida, además de las cesiones establecidas en la capitulación, pasando el resto de su vida intentando no entrar en conflicto con Carlos V, absteniéndose de tomar cualquier decisión que pudiera disgustar al emperador, lo que supuso el fin del Renacimiento Romano, además del daño ocasionado al prestigio de Roma mientras liberaba las manos de Carlos V que, realmente afectado o no por lo sucedido, se vio con las manos libres para actuar contra la Reforma en Alemania.
Según discurrían los hechos, cada vez se hacía más evidente que independientemente de las disputas territoriales, las diferencias religiosas iban a lastrar decisivamente los últimos años del poderoso borgoñón.
Roma, enclavada sobre un promontorio de tierra conocido como la Isla Tiberina en la ribera del Tíber, sobre las 7 colinas frente a la curva del rio, fue la capital del mundo durante más de 5 siglos al margen de las leyendas sobre su fundación.
La llamada Ciudad Eterna es la capital de la región del Lacio y de La Republica, resultando imposible la enumeración de los varios centenares de templos e iglesias cristianas, además de 60 catacumbas y varios centenares de edificios y monumentos civiles, asi como villas y jardines o las murallas con sus torres y puertas, los enclaves arqueológicos y un sinfín de rincones a visitar, a pesar de lo cual, ahí va una muestra mínima de alguno de ellos considerados imprescindibles, comenzando por la visita al Estado del Vaticano, continuando el recorrido por El Panteón de Agripa, las piazzas del Popolo, de España o de Venecia, asi como La Fontana de Trevi y El Foro Romano, sin olvidar El Coliseo y El Circo Máximo, siendo aconsejable visitar la ciudad (como mínimo una semana) durante un periodo de vacaciones para que la prisa no sea un obstáculo en el objetivo.
En el supuesto de lo recomendado anteriormente, y por si no tenemos ocasión de repetir el viaje, propongo dos rutas a elegir: la primera por las poblaciones únicas de Nápoles, a 225 Km., Pompeya (241), Florencia (274), Toscana (279), Pisa (355), Venecia (526), y Milán a 573 Km. de la Ciudad Eterna, y otra de pretensiones más modestas, por los enclaves de Villa Adriana, a 29 Km., Nemi (33), Tivoli (42), Caprarola (61), Cervera de Roma (69), Subiaco (70), Sermoneta (86), o Viterbo, a 105 Km.